El FMI sugiere al BCE compras de activos a gran escala contra la baja inflación
Christine Lagarde propone que esa inyección se concentre en deuda soberana
CLAUDI PÉREZ Bruselas 19 JUN 2014 - 18:45 CET
La actividad económica en Europa no ha recuperado aún los niveles anteriores a la crisis. El empacho de deuda sigue ahí. La inflación es baja, incluso en los países del centro. Y el paro es y seguirá siendo durante añlos inaceptablemente alto. A pesar de ese panorama, los políticos europeos han decretado el fin de la crisis desde hace meses. Frente a ese diagnóstico, hay voces de alarma cada vez más estridentes. La más clara es quizá la del Fondo Monetario Internacional (FMI), que ha alertado a la eurozona de los riesgos de deflación y reclamó al Banco Central Europeo (BCE) “compras de activos a gran escala” —al estilo de la Reserva Federal estadounidense— ante un horizonte de estancamiento secular, o de década perdida a la japonesa. Un bazuca en toda regla que incluya adquisiciones de deuda pública masivas para salir de ese laberinto de muy baja inflación, frágil recuperación, elevado desempleo y sobredosis de endeudamiento público y privado.
La directora gerente del Fondo, Christine Lagarde, ha presentado las conclusiones del informe del FMI sobre la eurozona a los ministros del euro, reunidos en Luxemburgo para el Eurogrupo. Lagarde explicó que la recuperación está tomando aliento y que la confianza vuelve gradualmente tras años de reformas estructurales y consolidación fiscal, gracias en gran parte al activismo del BCE. Pero tras los agasajos llegan siempre los golpes bajos: el Eurobanco “debe considerar las compras masivas de activos si la inflación se mantiene obstinadamente baja”. Es difícil saber qué significa esa obstinación. Pero el IPC de la eurozona está en el 0,5% —muy lejos del mandato de Mario Draghi, del 2%— y ha dado sorpresas desagradables a la baja desde noviembre del año pasado.
El FMI lleva meses enfrentándose a Alemania por la política económica, tanto fiscal como monetaria, de la eurozona. Pero las compras de activos a gran escala —el denominado quantitative easing— es una especie de anatema en Alemania: las patronales bancarias llevan meses alertando de los efectos negativos de esa medida extraordinaria, a pesar de que tanto Estados Unidos como Reino Unido y Japón se han embarcado en esas adquisiciones para combatir la Gran Recesión. En ninguna de las áreas económicas comparables a la eurozona la salida de la crisis es menos borrosa. Porque pese a los indudables riesgos, el FMI subraya que las compras de activos a la americana “elevarán la confianza, mejorarán los balances de las empresas y las familias, y estimularán los préstamos bancarios”. “En general, tienen un impacto potencial significativo en la demanda y la inflación”, según el Fondo.
Ese debate está de nuevo sobre la mesa. Italia, a través del primer ministro Matteo Renzi —uno de los grandes triunfadores de las elecciones europeas— quiere que la política fiscal deje de ser una camisa de fuerza que ahogue el crecimiento. Incluso en la gran coalición alemana se abre paso ese asunto: Merkel se opone a cambiar el pacto de estabilidad, pero el vicencanciller socialdemócrata, Sigmar Gabriel, ha dejado claro su apoyo a las demandas de Roma y París. El FMI también está por la labor. El ministro español, Luis de Guindos, ha sido hoy lo suficiente ambiguo como para no enemistarse con Alemania, pero no se opone a un cambio de acento en la política económica europea que favorecería a España: “En su día se habló de pacto fiscal, y lo que hace falta ahora es un pacto por las reformas para el crecimiento. España no cuestiona el pacto de estabilidad. La consolidación fiscal y las reformas son imprescindibles, pero la política fiscal debe aplicarse al ritmo adecuado y combinarse con medidas para favorecer el crecimiento”El FMI ha pisado todos los callos posibles. En medio del debate que han abierto Italia y Francia sobre la necesidad de flexibilizar las reglas fiscales de la zona euro, y tras la habitual regañina de la canciller alemana, Angela Merkel —contraria a abrir ese melón—, la institución con sede en Washington puso el sentido común: “Después de varios años de consolidación fiscal [léase austeridad], la política presupuestaria para la zona del euro está cerca de ser neutral. Ha logrado un equilibrio correcto entre el apoyo a la demanda y la reducción de la deuda. Pero si se producen grandes sorpresas negativas que impacten en el crecimiento, eso no debería dar lugar a medidas de saneamiento adicionales”. Ese párrafo es clave, porque en varias etapas de esta crisis la respuesta europea ha sido la contraria: en mitad de la recesión, y a la vista de que algunos países eran incapaces de cumplir sus metas de déficit, la receta eran más y más recortes.
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