La visión está sostenida en la generación de soluciones inteligentes.
La Unión Europea perfila un acuerdo de mínimos para la cumbre
Berlín da claras señales de que la solución para Grecia y el segundo rescate a España están muy cerca y Bruselas no quiere sorpresas en la cita del jueves
Claudi Pérez
Bruselas
16 OCT 2012 - 21:49 CET
La UE intenta aprender a bailar con lobos: a no tratar a los mercados
como dioses o demonios, sino como socios temibles e inevitables a la
vez. Los mercados llevan dos años y medio refundando el euro. Y acaban
de decretar un impasse de espera: la Unión perfila un acuerdo
de mínimos para la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que se
celebra a partir del jueves en Bruselas. En esa reunión, los líderes
europeos buscarán desesperadamente mantener ese precario equilibrio que
han decretado los mercados para la crisis del euro, pasar por alto
desavenencias y desencuentros –que los hay, a montones— y seguir
avanzando sin accidentes de gravedad. Ganar algo de tiempo, en fin, para
poner negro sobre blanco el indulto a Grecia
(Atenas tendrá dos años más para cumplir el déficit y mejores
condiciones para no seguir cavando en el pozo de su profunda recesión) y
acabar de negociar, de una vez por todas, el rescate a España. Con la pax romana
de los mercados todo eso es más fácil: Berlín dio ayer claras señales
de que las medidas para Atenas y Madrid están muy, muy cerca. Tanto, que
fuentes comunitarias esperan que, si la cumbre sale bien, el arreón
final para Grecia y España llegue en un Eurogrupo (con los ministros de
Economía del euro) a finales de este mes o en los primeros días de
noviembre.
El riesgo es evidente. Cada vez que la Unión contiene el aliento e intenta lidiar sin hacer demasiado ruido con los problemas de rabiosa actualidad poniéndose de perfil acaba produciéndose un choque de trenes. O lo que es peor: los mercados se dan la vuelta y empiezan a disparar con la excusa de la falta de capacidad de reacción europea. Esta vez, las dificultades pasan por encontrar el desenlace apropiado (y el tempo adecuado) para Grecia y España, y acordar la mejor forma de activar el doble bazuka del Banco Central Europeo y el mecanismo de rescate para acabar con el círculo vicioso entre problemas financieros y crisis de deuda. Y, a más largo plazo, por seguir adelante con el rediseño de la Unión, con la propuesta del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, de crear un Presupuesto para la eurozona con capacidad para echar una mano a los países en crisis (siempre que hagan las reformas necesarias, por supuesto), de manera que nunca más se repita el problema actual: según el análisis del FMI, varios países han puesto en marcha un agresivo programa de reformas y ajustes, pero la sobredosis de austeridad en todas partes a la vez los hunde en la recesión sin que se vea un horizonte para que vuelva el crecimiento económico.
Todos los acuerdos o desacuerdos pasan en este momento por Berlín. La canciller alemana, Angela Merkel, ha visitado recientemente Atenas y todos los observadores europeos consideran que ese gesto indica que la solución para Grecia está más que encarrilada: solo hay que esperar a que la troika (Comisión, Fondo Monetario Internacional y BCE) emita su informe para que el Eurogrupo desbloquee la solución. Uno: luz verde al correspondiente tramo de ayuda para evitar la asfixia de Atenas, sin apenas dinero para los gastos corrientes. Dos: un par de años más para cumplir con los objetivos de déficit, de manera que la velocidad de los ajustes no estrangule aún más a la maltrecha economía griega. Y tres: algún tipo de reestructuración de la deuda por la puerta de atrás, de manera que los socios europeos rebajen los intereses que tiene que pagar Grecia y permitan que con el dinero del rescate Atenas pueda recomprar parte de sus bonos. “Es probable que en la cumbre haya palabras de aprecio para los esfuerzos que ha realizado el Gobierno de Antonis Samarás”, resumió ayer una alta fuente europea. Para ver algo más que palabras, sin embargo, habrá que esperar algo más. “Todo depende del informe de la troika, que por su naturaleza técnica no puede discutirse en una cumbre: es trabajo para los ministros de Finanzas”, según la misma fuente.
De la suerte final de Grecia depende en gran medida el segundo rescate a España. Berlín lanzó este martes por primera vez el mensaje de que no pondrá palos en las ruedas a una eventual ayuda a Madrid en cuanto el Gobierno la pida. España sigue jugando al póquer con eso: argumenta que el BCE “aún tiene que aclarar algunos detalles”, según fuentes de Moncloa, y mantiene que es “absurdo” precipitarse con una petición de rescate sin que esté claro y cristalino el memorando de entendimiento de condiciones asociadas. La modalidad del rescate es cada día más nítida: España quiere solicitar la ayuda al mecanismo de rescate, con sus condiciones, para que el BCE dispare en el mercado de deuda de segunda mano. Y mientras siga la calma en los mercados, pretende evitar que el fondo europeo gaste un solo euro. De esa manera, defienden fuentes de Moncloa, España sortea la posibilidad de quedarse fuera de los mercados (con la temida rebaja de calificación a bono basura por parte de las agencias), y consigue un rescate suave, más fácil de vender en clave interna.
Y externa: los países ricos no tendrían que rascarse el bolsillo y por tanto podrían acceder a pactar unas condiciones algo más laxas. El único problema es que la profundidad de la recesión y la caída de los ingresos públicos dificultan –y mucho— la consecución de las metas de déficit. Eso, a la larga, puede complicar muchísimo las cosas a España si sigue sin existir voluntad política en la UE de dar algo más de flexibilidad a los países en dificultades, tal como reclama el mismísimo FMI.
Fuera de Grecia y España, la cumbre tiene que salvar la cara de la Unión en lo relativo a la recapitalización directa de bancos y la posibilidad de aplicarse con efectos retroactivos para la banca española, como parecía desprenderse de las conclusiones de la cumbre de junio. Ya no. Ante las chispas que han saltado entre España, Francia e Italia, por un lado, y Alemania y sus aliados, por otro, la Comisión y el Consejo quieren que los socios alcancen un compromiso que evite el choque de trenes en la reunión. Aunque por ahí puede haber sorpresas. En realidad, Bruselas y Fráncfort están del lado de Berlín y asumen las tesis alemanas: el supervisor bancario europeo, que será el BCE, estará listo para finales de año; pero no funcionará a velocidad de crucero al menos hasta 2014, lo que hace imposible las inyecciones de capital directas en los bancos hasta esa fecha. Si eso es así, adiós a las ventajas para España e Irlanda. Ese tipo de detalles técnicos (pero que en realidad son el meollo de la cuestión) se dejará para los ministros de Finanzas, en la ya típica patada a seguir que caracteriza la gestión europea de la crisis.
Y, por fin, las medidas a más largo plazo para apuntalar el edificio institucional de la Unión. Tampoco en eso la hoja de ruta está clara. Van Rompuy ha sacado adelante una propuesta ambiciosa, ante la constatación de que el Pacto de Estabilidad, basado en las recomendaciones de política económica de la Comisión a los países europeos, es un completo fracaso. El Consejo y la Comisión quieren que los Estados miembros firmen un contrato para obligar a poner en marcha las reformas necesarias. Y de paso, apuestan por el embrión de un presupuesto para la zona euro que pueda servir para apagar fuegos cuando los países tengan problemas. Esa propuesta está aún en fase embrionaria, y de nuevo eso obliga a mirar hacia Berlín: el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, se desmarcó el martes con una propuesta para crear la figura de un supercomisario europeo que controle los presupuestos nacionales, algo que requeriría un difícil cambio en los tratados, informa Juan Gómez. La misma idea ya había provocado tensiones entre la canciller Angela Merkel (CDU) y el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, que la rechazó hace años. Lo más probable es que ante toda la habitual cacofonía de voces, la cumbre decida dar un mandato a Van Rompuy para seguir explorando soluciones de cara a la cumbre de diciembre y pase por alto la propuesta de Schäuble para evitar un enfrentamiento con París, señalan fuentes europeas. Evitar choques es especialidad de la casa: por algo a la UE acaban de darle el Nobel de la Paz. Aunque por ese mismo motivo es altamente improbable que le den el de Economía.
El riesgo es evidente. Cada vez que la Unión contiene el aliento e intenta lidiar sin hacer demasiado ruido con los problemas de rabiosa actualidad poniéndose de perfil acaba produciéndose un choque de trenes. O lo que es peor: los mercados se dan la vuelta y empiezan a disparar con la excusa de la falta de capacidad de reacción europea. Esta vez, las dificultades pasan por encontrar el desenlace apropiado (y el tempo adecuado) para Grecia y España, y acordar la mejor forma de activar el doble bazuka del Banco Central Europeo y el mecanismo de rescate para acabar con el círculo vicioso entre problemas financieros y crisis de deuda. Y, a más largo plazo, por seguir adelante con el rediseño de la Unión, con la propuesta del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, de crear un Presupuesto para la eurozona con capacidad para echar una mano a los países en crisis (siempre que hagan las reformas necesarias, por supuesto), de manera que nunca más se repita el problema actual: según el análisis del FMI, varios países han puesto en marcha un agresivo programa de reformas y ajustes, pero la sobredosis de austeridad en todas partes a la vez los hunde en la recesión sin que se vea un horizonte para que vuelva el crecimiento económico.
Todos los acuerdos o desacuerdos pasan en este momento por Berlín. La canciller alemana, Angela Merkel, ha visitado recientemente Atenas y todos los observadores europeos consideran que ese gesto indica que la solución para Grecia está más que encarrilada: solo hay que esperar a que la troika (Comisión, Fondo Monetario Internacional y BCE) emita su informe para que el Eurogrupo desbloquee la solución. Uno: luz verde al correspondiente tramo de ayuda para evitar la asfixia de Atenas, sin apenas dinero para los gastos corrientes. Dos: un par de años más para cumplir con los objetivos de déficit, de manera que la velocidad de los ajustes no estrangule aún más a la maltrecha economía griega. Y tres: algún tipo de reestructuración de la deuda por la puerta de atrás, de manera que los socios europeos rebajen los intereses que tiene que pagar Grecia y permitan que con el dinero del rescate Atenas pueda recomprar parte de sus bonos. “Es probable que en la cumbre haya palabras de aprecio para los esfuerzos que ha realizado el Gobierno de Antonis Samarás”, resumió ayer una alta fuente europea. Para ver algo más que palabras, sin embargo, habrá que esperar algo más. “Todo depende del informe de la troika, que por su naturaleza técnica no puede discutirse en una cumbre: es trabajo para los ministros de Finanzas”, según la misma fuente.
De la suerte final de Grecia depende en gran medida el segundo rescate a España. Berlín lanzó este martes por primera vez el mensaje de que no pondrá palos en las ruedas a una eventual ayuda a Madrid en cuanto el Gobierno la pida. España sigue jugando al póquer con eso: argumenta que el BCE “aún tiene que aclarar algunos detalles”, según fuentes de Moncloa, y mantiene que es “absurdo” precipitarse con una petición de rescate sin que esté claro y cristalino el memorando de entendimiento de condiciones asociadas. La modalidad del rescate es cada día más nítida: España quiere solicitar la ayuda al mecanismo de rescate, con sus condiciones, para que el BCE dispare en el mercado de deuda de segunda mano. Y mientras siga la calma en los mercados, pretende evitar que el fondo europeo gaste un solo euro. De esa manera, defienden fuentes de Moncloa, España sortea la posibilidad de quedarse fuera de los mercados (con la temida rebaja de calificación a bono basura por parte de las agencias), y consigue un rescate suave, más fácil de vender en clave interna.
Y externa: los países ricos no tendrían que rascarse el bolsillo y por tanto podrían acceder a pactar unas condiciones algo más laxas. El único problema es que la profundidad de la recesión y la caída de los ingresos públicos dificultan –y mucho— la consecución de las metas de déficit. Eso, a la larga, puede complicar muchísimo las cosas a España si sigue sin existir voluntad política en la UE de dar algo más de flexibilidad a los países en dificultades, tal como reclama el mismísimo FMI.
Fuera de Grecia y España, la cumbre tiene que salvar la cara de la Unión en lo relativo a la recapitalización directa de bancos y la posibilidad de aplicarse con efectos retroactivos para la banca española, como parecía desprenderse de las conclusiones de la cumbre de junio. Ya no. Ante las chispas que han saltado entre España, Francia e Italia, por un lado, y Alemania y sus aliados, por otro, la Comisión y el Consejo quieren que los socios alcancen un compromiso que evite el choque de trenes en la reunión. Aunque por ahí puede haber sorpresas. En realidad, Bruselas y Fráncfort están del lado de Berlín y asumen las tesis alemanas: el supervisor bancario europeo, que será el BCE, estará listo para finales de año; pero no funcionará a velocidad de crucero al menos hasta 2014, lo que hace imposible las inyecciones de capital directas en los bancos hasta esa fecha. Si eso es así, adiós a las ventajas para España e Irlanda. Ese tipo de detalles técnicos (pero que en realidad son el meollo de la cuestión) se dejará para los ministros de Finanzas, en la ya típica patada a seguir que caracteriza la gestión europea de la crisis.
Y, por fin, las medidas a más largo plazo para apuntalar el edificio institucional de la Unión. Tampoco en eso la hoja de ruta está clara. Van Rompuy ha sacado adelante una propuesta ambiciosa, ante la constatación de que el Pacto de Estabilidad, basado en las recomendaciones de política económica de la Comisión a los países europeos, es un completo fracaso. El Consejo y la Comisión quieren que los Estados miembros firmen un contrato para obligar a poner en marcha las reformas necesarias. Y de paso, apuestan por el embrión de un presupuesto para la zona euro que pueda servir para apagar fuegos cuando los países tengan problemas. Esa propuesta está aún en fase embrionaria, y de nuevo eso obliga a mirar hacia Berlín: el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, se desmarcó el martes con una propuesta para crear la figura de un supercomisario europeo que controle los presupuestos nacionales, algo que requeriría un difícil cambio en los tratados, informa Juan Gómez. La misma idea ya había provocado tensiones entre la canciller Angela Merkel (CDU) y el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, que la rechazó hace años. Lo más probable es que ante toda la habitual cacofonía de voces, la cumbre decida dar un mandato a Van Rompuy para seguir explorando soluciones de cara a la cumbre de diciembre y pase por alto la propuesta de Schäuble para evitar un enfrentamiento con París, señalan fuentes europeas. Evitar choques es especialidad de la casa: por algo a la UE acaban de darle el Nobel de la Paz. Aunque por ese mismo motivo es altamente improbable que le den el de Economía.
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