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El último informe del equipo técnico del Fondo Monetario
Internacional (FMI) sobre la zona euro recupera a una vieja conocida de
esta crisis: la deflación. Según los expertos del Fondo, el crecimiento
promedio de los precios del consumo
en los Diecisiete caerá “bien por debajo del 2% en 2013 y se mantendrá
ahí durante 2014”. Pero, añade, “hay un riesgo considerable de que esa
inflación se transforme incluso en tasas de variación negativas a medio
plazo”.
La caída de los precios del consumo en varios países europeos, incluida España, ya se experimentó durante varios meses en 2009, cuando se combinaron los efectos de la Gran Recesión en el consumo y la caída del precio del petróleo. El IPC llegó a retroceder un 1,4%, mientras la inflación subyacente —que excluye productos energéticos y alimentos frescos por su volatilidad— se estancó. Sonaron entonces las alarmas, porque la deflación —una caída generalizada y prolongada de los precios— tiene efectos devastadores sobre economías ya debilitadas, como probó en la Gran Depresión de 1929 en EE UU o en la década de los noventa del siglo pasado en Japón.
El descenso persistente en los precios inhibe el consumo —los ciudadanos esperan a una bajada mayor—, reduce los márgenes empresariales y aumenta el desempleo. Al mismo tiempo, hace que aumente el valor de la deuda —que no varía por la inflación o la deflación—, en comparación con el resto de bienes y servicios, lo que pone más difícil aún su devolución. Los brotes verdes en la actividad económica mundial al inicio de 2010 y la recuperación de los precios del petróleo alejaron una amenaza de la que el FMI recele ahora otra vez.
Con la recesión otra vez en marcha y la cotización del crudo en descenso, los expertos del Fondo vuelven a ver fantasmas. Aunque matizan: “El riesgo de deflación es relativamente bajo en las economías con mayor crecimiento, pero significativo en la periferia, donde las tasas y los aumentos de impuestos están enmascarando fuertes presiones a la baja en los precios”. España brinda un buen ejemplo: con tasas de paro del 25%, una recesión que se anuncia larga y rebaja gradual de salarios, el IPC aún refleja tasas anuales del 1,9% —en la subyacente, un 1,3%—. El aumento de las tasas de la electricidad y del transporte público ha contribuido a mantener el nivel de inflación, como ocurrirá a partir de septiembre con la subida del IVA.
El aviso del FMI tiene dos destinatarios: el Banco Central Europeo (BCE) y los países del norte en la zona euro, con Alemania a la cabeza. El argumento de un pronóstico de inflación baja permite al Fondo insistir en nuevos recortes de tipos de interés, más allá del 0,75% fijado en julio. Y es también un aviso a “los países con superávit comercial” para que permitan aumentos salariales y de precios que faciliten el ajuste de competitividad a los países del sur. De hecho, el economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, ha abogado por elevar el objetivo de inflación de la zona euro del 2% al 3%. Y algunos economistas, como Paul Krugman o Kenneth Rogoff, alientan objetivos mayores para facilitar el pago de las deudas públicas y privadas.
El FMI sostiene que, además de unificar la supervisión financiera —al menos de los grandes bancos europeos—, es necesario un esquema común para garantizar todos los depósitos bancarios de la zona euro. Y un mecanismo único de resolución de crisis bancarias. En ambos casos, apuesta por imponer un gravamen a la banca —a imagen y semejanza de lo que ya ocurre en España—, para financiar ambas iniciativas. Pero, también, aboga por respaldar esa financiación para “situaciones críticas” con la apertura de una línea de crédito del BCE o con la aportación de recursos públicos.
Aquí, la propuesta del FMI se bifurca. Los expertos del Fondo creen que se puede flexibilizar el fondo de rescate para permitir que aporte recursos a la garantía de depósitos bancarios o a la intervención de bancos problemáticos. Otra vía, plantean, es una emisión de deuda conjunta, los llamados eurobonos, pero “limitada y graduable”.
El informe apuesta por vías para sortear una reforma de los Tratados, que implicaría un proceso largo y tortuoso. La preferida es la emisión reducida de euroletras “por su menor plazo de amortización”, vinculada a compromisos de política fiscal y a la reserva de ingresos tributarios para garantizar su devolución.
El FMI advierte de que vuelve a haber riesgo de deflación en la zona euro
El Fondo avisa de una probabilidad "significativa" de caída de precios en los países periféricos
Impuestos y tasas “enmascaran” las presiones a la baja sobre la inflación, según los expertos
El organismo recomienda usar el fondo de rescate o eurobonos para apuntalar la unión bancaria
La caída de los precios del consumo en varios países europeos, incluida España, ya se experimentó durante varios meses en 2009, cuando se combinaron los efectos de la Gran Recesión en el consumo y la caída del precio del petróleo. El IPC llegó a retroceder un 1,4%, mientras la inflación subyacente —que excluye productos energéticos y alimentos frescos por su volatilidad— se estancó. Sonaron entonces las alarmas, porque la deflación —una caída generalizada y prolongada de los precios— tiene efectos devastadores sobre economías ya debilitadas, como probó en la Gran Depresión de 1929 en EE UU o en la década de los noventa del siglo pasado en Japón.
El descenso persistente en los precios inhibe el consumo —los ciudadanos esperan a una bajada mayor—, reduce los márgenes empresariales y aumenta el desempleo. Al mismo tiempo, hace que aumente el valor de la deuda —que no varía por la inflación o la deflación—, en comparación con el resto de bienes y servicios, lo que pone más difícil aún su devolución. Los brotes verdes en la actividad económica mundial al inicio de 2010 y la recuperación de los precios del petróleo alejaron una amenaza de la que el FMI recele ahora otra vez.
Con la recesión otra vez en marcha y la cotización del crudo en descenso, los expertos del Fondo vuelven a ver fantasmas. Aunque matizan: “El riesgo de deflación es relativamente bajo en las economías con mayor crecimiento, pero significativo en la periferia, donde las tasas y los aumentos de impuestos están enmascarando fuertes presiones a la baja en los precios”. España brinda un buen ejemplo: con tasas de paro del 25%, una recesión que se anuncia larga y rebaja gradual de salarios, el IPC aún refleja tasas anuales del 1,9% —en la subyacente, un 1,3%—. El aumento de las tasas de la electricidad y del transporte público ha contribuido a mantener el nivel de inflación, como ocurrirá a partir de septiembre con la subida del IVA.
El aviso del FMI tiene dos destinatarios: el Banco Central Europeo (BCE) y los países del norte en la zona euro, con Alemania a la cabeza. El argumento de un pronóstico de inflación baja permite al Fondo insistir en nuevos recortes de tipos de interés, más allá del 0,75% fijado en julio. Y es también un aviso a “los países con superávit comercial” para que permitan aumentos salariales y de precios que faciliten el ajuste de competitividad a los países del sur. De hecho, el economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, ha abogado por elevar el objetivo de inflación de la zona euro del 2% al 3%. Y algunos economistas, como Paul Krugman o Kenneth Rogoff, alientan objetivos mayores para facilitar el pago de las deudas públicas y privadas.
Unión bancaria
El informe anual de los técnicos del FMI sobre la zona euro centra buena parte de sus conclusiones en cómo facilitar cuanto antes el logro de la unión bancaria, un objetivo que los expertos del Fondo consideran “prioritario”. El informe valora los resultados de la cumbre de finales de junio, que abre el camino a una supervisión financiera integrada (en el BCE) y permite —previo respaldo unánime del Eurogrupo— el uso directo del fondo de rescate para auxiliar a bancos con problemas, sin pasar por los Estados, algo que ahora (caso de España) retroalimenta los riesgos de la banca y de la deuda pública.El FMI sostiene que, además de unificar la supervisión financiera —al menos de los grandes bancos europeos—, es necesario un esquema común para garantizar todos los depósitos bancarios de la zona euro. Y un mecanismo único de resolución de crisis bancarias. En ambos casos, apuesta por imponer un gravamen a la banca —a imagen y semejanza de lo que ya ocurre en España—, para financiar ambas iniciativas. Pero, también, aboga por respaldar esa financiación para “situaciones críticas” con la apertura de una línea de crédito del BCE o con la aportación de recursos públicos.
Aquí, la propuesta del FMI se bifurca. Los expertos del Fondo creen que se puede flexibilizar el fondo de rescate para permitir que aporte recursos a la garantía de depósitos bancarios o a la intervención de bancos problemáticos. Otra vía, plantean, es una emisión de deuda conjunta, los llamados eurobonos, pero “limitada y graduable”.
El informe apuesta por vías para sortear una reforma de los Tratados, que implicaría un proceso largo y tortuoso. La preferida es la emisión reducida de euroletras “por su menor plazo de amortización”, vinculada a compromisos de política fiscal y a la reserva de ingresos tributarios para garantizar su devolución.
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