lundi 14 janvier 2013

Italia ensaya una nueva ¿democracia?

Mario Monti desafía a los partidos que le apoyaron y puede convertirse por segunda vez en primer ministro sin haberse sometido jamás al examen de las urnas

Silvio Berlusconi y Mario Monti, en la cámara de los Diputados. / Tony Gentile (Cordon Press)



Hace un año y dos meses, en un momento de gran dificultad para Italia, los poderes fuertes del país deciden poner al frente del Gobierno a un primer ministro técnico y prácticamente obligan a todos los partidos políticos a sostenerlo en el poder bajo dos promesas: estará por encima de los intereses partidarios y solo por un periodo limitado de tiempo —la primavera de 2013—. Cuando el tiempo se agota, las promesas resultan vanas. El técnico se convierte en político y, aprovechando la imagen de hombre eficaz lograda en gran parte gracias al apoyo del centroizquierda y del centroderecha, se presenta solemnemente como el salvador de Italia y, al tiempo, empieza a atacar a quienes le han venido sosteniendo en el poder. Para completar la jugada perfecta —en realidad, estamos hablando de un político muy hábil—, decide apadrinar una lista de centro, eligiendo cuidadosamente a los candidatos, pero sin ponerse al frente para no perder su condición de senador vitalicio. El resultado es de veras novedoso: dentro de mes y medio, Mario Monti puede convertirse por segunda vez consecutiva en primer ministro de Italia sin haberse sometido jamás al examen de las urnas.

Berlusconi, la mentira mediática

Después de dos décadas de escándalos, sexo y mentiras, Italia sigue descubriendo a Silvio Berlusconi. Hace un mes, el anterior primer ministro parecía desahuciado de la política, con el norte perdido —un día decía que tiraba la toalla para siempre y al día siguiente que regresaba por sus fueros—, dueño de un partido hundido en el pozo negro de la corrupción, abocado a una condena inminente por inducción a la prostitución de menores. Ahora, Berlusconi se pasea triunfante por los platós, logrando que más de nueve millones de espectadores se sienten durante tres horas frente al televisor para ver su duelo mortal con el periodista Michele Santoro, su más feroz enemigo mediático desde hace 11 años.
Fue Berlusconi quien, en abril de 2002, acusó a Santoro y a otro dos periodistas de la RAI de practicar un uso “criminal” de la televisión y ordenó su despido. Ahora, al frente del programa Servicio Público de La 7, el popular periodista arremete una semana tras otra contra Berlusconi, ayudado de forma muy eficaz por Marco Travaglio, subdirector de Il Fatto Quotidiano y una de las plumas más incisivas del periodismo italiano. Hace unos días, Santoro invitó a todos los candidatos a participar en su programa. La sorpresa fue que el primero en aceptar el reto fue Silvio Berlusconi. La velada del jueves se prometía pues sangrienta. Muchos espectadores se sentaron frente al televisor con la esperanza de ver desfilar el cadáver mediático de Il Cavaliere. A sus 76 años y con tantas vergüenzas que esconder, ¿cuánto tardaría en levantarse y abandonar el estudio?
Pero no fue eso lo que pasó, sino más bien lo contrario. Berlusconi acudió a La 7 pertrechado de su mejor arma, la mentira. La utilizó siempre que le hizo falta, bien aderezada de populismo —el magnate es un experto en prometer lo que todo el mundo sabe que después no cumplirá— y de arranques teatrales de indignación o buen humor. Casi al final del programa, Berlusconi logró que fuera Santoro quien perdiera los papeles, el cazador cazado, y que propios y extraños reconocieran que el viejo tahúr de la política italiana es un hueso muy duro de roer. Si fue capaz de sacar de quicio a dos periodistas con tantas tablas y tan bien documentados como Michele Santoro y Marco Travaglio, ¿qué puede pasar cuando se enfrente a Pier Luigi Bersani o a Mario Monti?

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