La visión está sostenida en la generación de soluciones inteligentes.
Monti se ofrece a gobernar Italia si se adopta su agenda de reformas
"Estoy dispuesto, si se me pide, a asumir la responsabilidad", dice el ex primer ministro, que presentará un programa para salir de la crisis
La jugada, desde el punto de vista político, es de una sutileza y una
complejidad solo posibles en Italia. Unas horas después de presentar su
dimisión irrevocable como jefe del Gobierno técnico, Mario Monti
comparece ante la prensa para despejar, por fin, la incógnita que corroe
desde hace meses la vida política italiana: ¿se presentará el profesor a
las próximas elecciones generales? Después de dos horas de plática —sin
papeles de por medio y sometiéndose a un sinfín de preguntas—, Monti
logra evitar el sí y el no. Dice que tiene un programa de gobierno para
Italia, que estaría encantado con que una o más fuerzas políticas lo
suscribieran con el objetivo creíble de llevarlo adelante, pero que él
no será candidato —porque su condición de senador vitalicio se lo
impide—, aunque si después del voto las fuerzas políticas tienen a bien
pedirle que sea de nuevo jefe de Gobierno, estará dispuesto. Todo esto,
en román paladino, se podría traducir en que Monti desea volver a ser
primer ministro sin pasar por las urnas, tener la opción de ganar sin el
riesgo de perder. Pero el lenguaje de la política italiana está lleno
de matices.
Eso sí, Monti se quitó por fin y para siempre el disfraz de técnico y ofreció su primer mitin político. Lo hizo con la televisión en directo, delante de sus ministros ya en funciones, incluyendo en su discurso —calmado, elegante, irónico a veces— todo lo que se puede esperar de un líder en plena campaña electoral. Alardeó de sus logros: “Hace un año, Italia estaba al borde del abismo. Aquella emergencia ha sido superada. Los italianos pueden volver a ir por Europa con la cabeza alta”. Expuso la idea fuerza de un programa que unas horas después colgó en Internet (documento íntegro en versión pdf) a través de su nueva cuenta de Twitter: “Cambiar Italia y reformar Europa”. Y dedicó una estocada a su principal adversario: “Me cuesta seguir los procesos mentales de Silvio Berlusconi. Un día dice que mi Gobierno ha sido un desastre completo, que no ha hecho nada, y al día siguiente me ofrece ser el líder de los moderados. No puedo aceptar tan generoso ofrecimiento de alguien a quien no logro entender”.
La diferencia, sustancial, entre un proceso electoral normal y corriente y este que se abre ahora en Italia es que Monti es un candidato sin partido. Si, por ejemplo, el centroizquierda italiano convocó recientemente unas primarias y eligió a Pier Luigi Bersani como su candidato a las elecciones generales del 24 y 25 de febrero próximos, Monti pretende hacer justamente lo contrario. Lanzará un programa y ofrecerá a los partidos que se adhieran a él. “Yo no me alineo con nadie, pero mi programa será claro. Estoy dispuesto a ofrecer mi apoyo, asesoramiento y guía a la fuerza o fuerzas políticas que apoyen mi agenda. No seré candidato porque soy senador vitalicio, pero si algunas fuerzas políticas manifiestan el propósito de presentarme como presidente del Ejecutivo, lo evaluaré y podría decir que sí…”. El casting se declara inaugurado. Los partidos de centro que aspiren a concurrir a las elecciones bajo la franquicia Monti tienen que ir presentando ya sus credenciales.
La puesta en escena de Monti es digna de estudio. El profesor ha confiado a alguno de sus íntimos que, la de bajar o no a la arena política es la decisión más difícil de su vida. A nadie se le escapa en Italia que la ambición del profesor es seguir al frente del Ejecutivo, pero que si decidía buscarlo al modo tradicional, presentando su candidatura al frente de algún grupo político, podría estar cometiendo varias traiciones. La primera, hacia su principal valedor, el presidente de la República, Giorgio Napolitano, que lo eligió para sustituir a Silvio Berlusconi por su independencia a prueba de tentadores cantos de sirena. La segunda, hacia su propia palabra dada —durante meses, juró que su mandato expiraría con las elecciones—. Y la tercera, aunque más llevadera, a Pier Luigi Bersani, el candidato de centroizquierda y virtual ganador de las próximas elecciones, quien durante 13 meses apoyó lealmente las reformas del Gobierno técnico aunque algunas de ellas fueran contrarias a su ideario político y criticadas por sus bases. Por tanto, ¿de qué manera podía Monti convertirse en candidato sin contraer el estigma del traidor? La respuesta fue puesta ayer en escena: dejando que sean otros los que, por el bien del país, lo conduzcan de regreso al palacio Chigi.
El quid de la cuestión es que, en democracia, la voluntad de los ciudadanos siempre está por encima de la ingeniería política. Y, según las encuestas, el centro político solo conseguiría un 15% de los votos aun contando con el rostro de Mario Monti en su cartel electoral. De ahí que el profesor se reserve aún la posibilidad de decidir en función de los resultados, sin implicarse demasiado en la campaña electoral. La opción de ganar sin el riesgo de perder.
La referencia estaba clara. Ha sido Berlusconi, en su torrente de declaraciones, quien ha prometido dejar sin efecto un impuesto que resucitó el Gobierno técnico ante la quiebra de las cuentas públicas. El anterior primer ministro apenas esperó unos minutos antes de comentar la comparecencia del profesor: “He tenido una pesadilla esta noche, ¡todavía estaba Monti de presidente del Gobierno!”.
Pero, al margen de la broma, lo que queda claro es que, para desesperación del centroizquierda, la campaña electoral va a pivotar sobre dos ejes fundamentales. Por un lado, la propuesta de Monti y su implicación mayor o menor en la campaña de los centristas. Y, por otro, en la capacidad de Berlusconi para resucitar a su moribundo partido y obtener unos buenos resultados.
Eso sí, Monti se quitó por fin y para siempre el disfraz de técnico y ofreció su primer mitin político. Lo hizo con la televisión en directo, delante de sus ministros ya en funciones, incluyendo en su discurso —calmado, elegante, irónico a veces— todo lo que se puede esperar de un líder en plena campaña electoral. Alardeó de sus logros: “Hace un año, Italia estaba al borde del abismo. Aquella emergencia ha sido superada. Los italianos pueden volver a ir por Europa con la cabeza alta”. Expuso la idea fuerza de un programa que unas horas después colgó en Internet (documento íntegro en versión pdf) a través de su nueva cuenta de Twitter: “Cambiar Italia y reformar Europa”. Y dedicó una estocada a su principal adversario: “Me cuesta seguir los procesos mentales de Silvio Berlusconi. Un día dice que mi Gobierno ha sido un desastre completo, que no ha hecho nada, y al día siguiente me ofrece ser el líder de los moderados. No puedo aceptar tan generoso ofrecimiento de alguien a quien no logro entender”.
La diferencia, sustancial, entre un proceso electoral normal y corriente y este que se abre ahora en Italia es que Monti es un candidato sin partido. Si, por ejemplo, el centroizquierda italiano convocó recientemente unas primarias y eligió a Pier Luigi Bersani como su candidato a las elecciones generales del 24 y 25 de febrero próximos, Monti pretende hacer justamente lo contrario. Lanzará un programa y ofrecerá a los partidos que se adhieran a él. “Yo no me alineo con nadie, pero mi programa será claro. Estoy dispuesto a ofrecer mi apoyo, asesoramiento y guía a la fuerza o fuerzas políticas que apoyen mi agenda. No seré candidato porque soy senador vitalicio, pero si algunas fuerzas políticas manifiestan el propósito de presentarme como presidente del Ejecutivo, lo evaluaré y podría decir que sí…”. El casting se declara inaugurado. Los partidos de centro que aspiren a concurrir a las elecciones bajo la franquicia Monti tienen que ir presentando ya sus credenciales.
La puesta en escena de Monti es digna de estudio. El profesor ha confiado a alguno de sus íntimos que, la de bajar o no a la arena política es la decisión más difícil de su vida. A nadie se le escapa en Italia que la ambición del profesor es seguir al frente del Ejecutivo, pero que si decidía buscarlo al modo tradicional, presentando su candidatura al frente de algún grupo político, podría estar cometiendo varias traiciones. La primera, hacia su principal valedor, el presidente de la República, Giorgio Napolitano, que lo eligió para sustituir a Silvio Berlusconi por su independencia a prueba de tentadores cantos de sirena. La segunda, hacia su propia palabra dada —durante meses, juró que su mandato expiraría con las elecciones—. Y la tercera, aunque más llevadera, a Pier Luigi Bersani, el candidato de centroizquierda y virtual ganador de las próximas elecciones, quien durante 13 meses apoyó lealmente las reformas del Gobierno técnico aunque algunas de ellas fueran contrarias a su ideario político y criticadas por sus bases. Por tanto, ¿de qué manera podía Monti convertirse en candidato sin contraer el estigma del traidor? La respuesta fue puesta ayer en escena: dejando que sean otros los que, por el bien del país, lo conduzcan de regreso al palacio Chigi.
El quid de la cuestión es que, en democracia, la voluntad de los ciudadanos siempre está por encima de la ingeniería política. Y, según las encuestas, el centro político solo conseguiría un 15% de los votos aun contando con el rostro de Mario Monti en su cartel electoral. De ahí que el profesor se reserve aún la posibilidad de decidir en función de los resultados, sin implicarse demasiado en la campaña electoral. La opción de ganar sin el riesgo de perder.
Objetivo: cambiar Italia
Monti quiere cambiar Italia. Su relación con Europa, pero también con las mujeres. “Es humillante cómo el hombre italiano se dirige a veces a la mujer”, dijo en una conferencia de prensa en la que añadió que, durante sus 13 meses de Gobierno técnico, se topó con la feroz resistencia de grupos poderosos —desde abogados a políticos pasando por sindicatos— a reducir sus privilegios en beneficio de la modernización del país. También advirtió a los partidos políticos que entran ahora en campaña electoral de que “no traten a los italianos como si fueran estúpidos”, ofreciéndoles promesas bellísimas que luego no podrán cumplir. “Si alguno”, advirtió, “decide eliminar el IMU [impuesto inmobiliario], el que llegue a gobernar un año después tendrá que subirlo al doble…”.La referencia estaba clara. Ha sido Berlusconi, en su torrente de declaraciones, quien ha prometido dejar sin efecto un impuesto que resucitó el Gobierno técnico ante la quiebra de las cuentas públicas. El anterior primer ministro apenas esperó unos minutos antes de comentar la comparecencia del profesor: “He tenido una pesadilla esta noche, ¡todavía estaba Monti de presidente del Gobierno!”.
Pero, al margen de la broma, lo que queda claro es que, para desesperación del centroizquierda, la campaña electoral va a pivotar sobre dos ejes fundamentales. Por un lado, la propuesta de Monti y su implicación mayor o menor en la campaña de los centristas. Y, por otro, en la capacidad de Berlusconi para resucitar a su moribundo partido y obtener unos buenos resultados.
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