mardi 2 juillet 2013

Angela Merkel



“Los ricos podrían ser muy útiles. Es lamentable su escasa responsabilidad”

La canciller alemana dice que el mercado laboral debe flexibilizarse también para los mayores, no solo para los jóvenes

"En todo lo que yo hago no existe un enfrentamiento entre un presupuesto saneado y crecimiento", señala Merkel



La canciller alemana, Angela Merkel. / U. GRABOWSKY
Los gobernantes hablan sobre todo a través de sus hechos, y los de Alemania están a la vista. También de sus palabras, y esta entrevista con Angela Merkel dice mucho de las prioridades que ella quiere recalcar en una Europa frustrada ante el fracaso de la austeridad y a dos meses de unas elecciones que le imponen buscar y exhibir algún lado más amable. Pero hablan también a través de sus gestos, de su aspecto y también de las sedes en las que ejercen ese poder.
Y las gigantescas paredes acristaladas entre las que trabaja la canciller dicen bastante sobre ella, y también sobre Alemania.
Si François Hollande vive y recibe en un Palacio del Elíseo en el que las vistas más entretenidas desde la ventana enfocan a unas setos finamente recortados y a un servicio de intendencia uniformado más o menos como en 1848, asomarse a cualquiera de los ventanales del edificio transparente que alberga la cancillería es contemplar a los vecinos cogiendo una bicicleta, el autobús, entrando en el edificio del Reichstag para asistir a una sesión parlamentaria o accediendo a uno de los museos que mantiene vivo el recuerdo del Holocausto. La vida transcurre a la vista y la canciller observa, actúa. El mundo gira, y Alemania ha logrado situarse en él como una potencia global inmune a la crisis que aumenta sus exportaciones a unos países emergentes que no están precisamente esperando al resto de Europa.
Acoplar esta realidad —la de una Alemania pujante cuyas elecciones suscitan ya la expectación propia de una potencia en la que no podemos votar pero cuyo resultado nos afecta— con una opinión pública europea que se vuelve en contra ante el paro galopante que no cesa es, seguramente, el objeto último de esta entrevista y de la cumbre sobre empleo que este miércoles reúne en Berlín a los líderes europeos. Situar las políticas de empleo en el centro del debate, al fin, es atractivo.
Merkel (nacida en 1954, líder democristiana y jefa del Gobierno alemán desde 2005) recibe a los periódicos que conforman el grupo Europa, entre ellos EL PAÍS, con ganas de hablar de empleo, pero también de repartir culpas y responsabilidades por lo que está ocurriendo. Ataca a los ricos, ataca a los que se endeudaron y ataca a los que no son capaces de mejorar la competitividad. Puede que las fórmulas para salir de la crisis sean diferentes en cada país, reconoce, pero ningún inversor mágico nos sacará de esto de un plumazo y no saldremos si no comprendemos nuestro lugar en el mundo. La canciller es dura. Pero suave en las formas, elegante en su chaqueta roja, amable y atenta con los invitados y presumida en su levemente perceptible maquillaje. Y, como decíamos, eso también habla de ella.
Pregunta. A noventa días de las elecciones usted descubre de repente el desempleo juvenil. ¿Por qué justo ahora? ¿Por dónde van los tiros?

P.
 Y de paso esta iniciativa mejora la imagen de Alemania. ¿Es esa su verdadera intención?Respuesta. Esto me preocupa desde hace tiempo. El año pasado abordé este asunto con los sindicatos y los empresarios, y cuando a principios de este año aprobamos en el Consejo de la UE el marco presupuestario para los próximos años, logramos destinar 6.000 millones de euros exclusivamente a la lucha sistemática contra el desempleo juvenil. Además, el presidente Hollande y yo entablamos con representantes de grandes empresas europeas un debate sobre cuál puede ser su aportación en esta cuestión. Nunca he dejado de hablar con la industria alemana sobre qué posibilidades de intervención tiene, qué medidas, por ejemplo, podrían adoptar la Cámara de Comercio Germano-Griega o las empresas alemanas en Portugal. Cuando el Parlamento Europeo apruebe dentro de poco el presupuesto, por fin tendremos el dinero adicional necesario para tal fin.
R. El desempleo juvenil tal vez sea el problema europeo más urgente en estos momentos. Y los alemanes, que desde la reunificación tenemos experiencia con una reducción efectiva del desempleo a través de reformas estructurales, podemos aportar ahora esa experiencia.
P. Hasta ahora también había dinero, pero el problema del mercado laboral tiene raíces más profundas.
R. Así es, y no podrá solucionarse únicamente con dinero, sino solo con reformas prudentes. No es prudente, por ejemplo, que en algunos países se flexibilice el derecho laboral solo para los jóvenes y no para los mayores que tienen trabajo desde hace tiempo. En períodos económicamente difíciles, esto favorece el desempleo juvenil. También necesitamos más movilidad en Europa. La ministra federal de Trabajo,Ursula von der Leyen, ha abogado por reforzar considerablemente EURES, la red de cooperación entre la Comisión Europea y los servicios públicos de empleo. Esta entidad europea de empleo puede ayudar a muchas personas a acceder a una formación o un puesto de trabajo en otro país.
P. Con frecuencia no se agotan las ayudas al empleo y la reforma del mercado laboral se ha quedado estancada en muchos países o no rinde frutos. ¿Qué le hace creer que esta vez va a ser diferente?
R. Con la reunión de Berlín vamos a comenzar a intercambiar sistemáticamente experiencias muy concretas sobre medidas que funcionan. Con los ministros de Trabajo y los encargados de las agencias nacionales de empleo reunimos en este encuentro precisamente a los profesionales del área. Además, en la UE deberíamos buscar un procedimiento uniforme para el establecimiento de empresas, por ejemplo, del sector de la tecnología de la información, en lugar de los 27 o ahora 28 regímenes administrativos de ámbito nacional. Esto animaría a los inversores mundiales a venir a Europa.
P. Aparte de la excepción de Pep Guardiola, la realidad es que hay miles de jóvenes españoles que vienen a Alemania, pero que solo encuentranminijobs o precariedad. ¿Es este el modelo a seguir?

P.
 ¿Les asusta la capacidad de protesta política de la generación perdida?R. Los jóvenes que desean trabajar en otros países de la UE encuentran, en efecto, condiciones muy distintas, unos un buen puesto de aprendizaje o un empleo con perspectivas de futuro y otros, en cambio, trabajos más básicos. Pero esta experiencia, con el paso del tiempo y una vez que dominen el idioma, les podrá servir sin duda para cambiar a un trabajo mejor. En todo caso nosotros no tenemos intención de ampliar el sector de salarios bajos, puesto que existe una gran demanda precisamente de mano de obra cualificada que no siempre se puede cubrir con trabajadores alemanes, a los que por supuesto primero queremos llegar. Insisto, Europa necesita mayor movilidad en el mercado laboral. Por otro lado, la normalidad con la que se mueven los estudiantes y académicos en el mercado interior aún puede mejorarse entre los trabajadores cualificados, para quienes a veces las barreras lingüísticas, por ejemplo, representan un problema. Por ello queremos abrir las puertas del programa Erasmus de intercambio europeo también a los aprendices.
R. Cuando hay defectos, es tarea de los políticos adoptar soluciones. La tasa de desempleo juvenil en algunos países es demasiado elevada desde hace muchos años y ahora con la crisis ha vuelto a incrementarse. En un continente que envejece esta es una situación insostenible. No debe haber ninguna generación perdida.
P. ¿Existe un modelo alemán especial para combatir el desempleo juvenil?
R. Aunque hayamos reducido a la mitad el paro juvenil desde 2005, seguimos teniendo problemas, por ejemplo, cuando no todos nuestros jóvenes que han acabado sus estudios están realmente preparados para la formación profesional. Tenemos que ocuparnos de ellos y nuestra mejor baza ha sido y sigue siendo el sistema dual, es decir, la combinación de formación escolar y empresarial. En la actualidad podemos ofrecer un puesto de aprendizaje a todos los jóvenes que lo deseen. Pero hubo otros tiempos en los que nos vimos obligados a formar a los alumnos en centros independientes de la empresa, es decir, en escuelas-taller. La primera conclusión que sacamos de ahí es que ningún país tiene que introducir de la noche a la mañana el sistema dual en su conjunto y que la formación interempresarial puede ser una solución. La segunda lección que aprendimos es que no debemos centrarnos exclusivamente en la academización de los jóvenes. El hecho de que en Alemania también los oficios, los trabajadores cualificados y los maestros artesanos, gocen de muy buena reputación tiene efectos muy positivos.
P. Los mercados de trabajo y las características del desempleo en el sur son difícilmente comparables con Alemania. ¿Se pueden exportar entonces soluciones nacionales?

P.
 ¿Alguna vez en su vida ha temido quedarse en paro?R. En ninguna parte se puede acabar con el desempleo juvenil de un plumazo. Después de la unidad alemana, por ejemplo, hubo un tiempo en el que soñaba con que un gran inversor vendría a mi circunscripción y me solucionaría el problema del 25% de paro de inmediato. Pero por supuesto nunca llegó, y comprendí que las bases hay que sentarlas poco a poco: aquí diez puestos de trabajo, ahí seis, más allá cinco. Es importante que a nivel local haya asesores experimentados que conozcan a los jóvenes y los vean con regularidad. Por un lado, hay que darles esperanzas y, por otro lado, incitarlos a esforzarse por ellos mismos.
R. Afortunadamente no. Pero en los primeros años de mi labor política pensé alguna vez en lo que haría si de repente se acabara mi carrera política. Por aquella época me veía como directora de una oficina de empleo; es una bonita labor ayudar a la gente a encontrar trabajo.
P. Y ahora se va a convertir en la directora europea de empleo...
R. No, mi labor es bien distinta. Consiste en marcar, desde el punto de vista político, las pautas adecuadas en Alemania y en Europa junto a mis colegas.
P. Con grandes dificultades. Tomemos el ejemplo de un cervecero griego. Este ha abaratado sus costes laborales un 20 por ciento, pero su crédito es dos veces y media más caro que en Alemania. ¿Cómo puede ser competitivo? ¿Cómo va a contratar a más gente?
R. Efectivamente, el problema de los elevados costes de refinanciación de las empresas ha resultado más persistente de lo que esperábamos en Europa. Para lograr una solución duradera del problema necesitamos mejorar la reglamentación del sector bancario y, sobre todo, un sistema central de supervisión bancaria fiable. De esta forma se puede devolver la confianza a los inversores y a largo plazo contribuir a una mayor reducción de los intereses.

R.
 Porque para nosotros era la primera vez que se le retiraba de forma tan masiva la confianza a los bancos. Con un organismo de supervisión bancaria a nivel europeo y rigurosas pruebas de estrés es posible recuperar la confianza.P. ¿Por qué no contaba con el problema de los tipos de interés para la financiación normal a crédito?
P. ¿No cree necesario acelerar la unión bancaria?
R. Estamos avanzando en todos los aspectos de la supervisión bancaria, pero la velocidad sin un orden riguroso no nos sirve de nada. El organismo de supervisión entrará en vigor el año que viene. El Banco Central Europeo tiene que contratar a cientos de profesionales altamente cualificados y asegurar su reputación como autoridad de supervisión mediante estrictas pruebas de estrés. Estamos trabajando en la armonización de los sistemas nacionales de garantía de depósitos, si bien el sistema de garantía de depósitos alemán tiene que continuar aplicándose y se aplicará para Alemania. Además, los ministros de Finanzas acaban de ponerse de acuerdo sobre una Directiva de la UE sobre resolución de crisis bancarias. En este sentido para Alemania hay un principio importante: que el control y la responsabilidad deben encontrarse en un mismo nivel. Hay una serie de posibilidades de intervención que solo podrán darse modificando los tratados.
P. Con solo pensar en modificar los tratados a muchos de sus colegas se les ponen los pelos de punta.
R. Con el paso de los años no conseguiremos eludir otras modificaciones en los tratados, aunque ahora deberíamos hacer todo lo que sea posible sin necesidad de modificarlos. De lo contrario transcurriría demasiado tiempo hasta que ocurriera algo. Somos Estados de derecho y por tanto debemos actuar con arreglo a la ley y el orden y los tratados. Tal fue el caso, por ejemplo, del Mecanismo Europeo de Estabilidad, en el que tuvimos que insistir en una modificación limitada del Tratado, y lo mismo ocurre en todos los asuntos relativos a la supervisión bancaria.
P. De repente Alemania apoya programas de mercado laboral. Se flexibilizan los límites de déficit. ¿Ya hemos superado la época de austeridad?

P.
 Pero los inversores no se fijan únicamente en el nivel de endeudamiento.R. Considero que en todo lo que yo hago no existe un enfrentamiento entre un presupuesto saneado y crecimiento. ¿Cómo se originó la crisis de la deuda? En algunos países, la deuda era tan elevada que los inversores dejaron de confiar en ellos y de comprar bonos de esos países. Los intereses se dispararon, los países solo se podían financiar a unos tipos de interés ruinosos. En tales situaciones, un mayor endeudamiento nunca puede ser una solución. No, es necesario reducir los déficits para que los inversores internacionales recuperen la confianza y vuelvan a generarse márgenes financieros para invertir en el futuro. En este aspecto ya hemos experimentado avances sustanciales en Europa.
R. En efecto, otro factor igual de importante es la competitividad del país, su tejido industrial, si cuenta con una administración eficiente. Conviene tener en cuenta que no haya un fuerte desajuste entre la evolución de los salarios y la productividad. Todo esto nos quedó claro en Europa con el impacto de la crisis. Era evidente que las cosas no podían continuar así. Por eso el camino emprendido es correcto: consolidación presupuestaria, por un lado, y profundas reformas estructurales, por otro. Así se genera un crecimiento sostenible. Y luego cada país debe plantearse la pregunta concreta de con qué puede ganar dinero, qué industrias y qué servicios quiere. El sector de la construcción no podrá soportar por sí solo toda la carga, como también experimentamos en Alemania cuando llegó un momento tras la reunificación en que el auge de la construcción empezó a retroceder.
P. Llama la atención, sin embargo, que usted cambia de tono y ahora habla más de programas de inversiones que de ahorro.
R. Una cosa va unida a la otra. Siempre he dicho que debemos avanzar paso a paso. Hemos conseguido algunas cosas: los déficits en Europa se han reducido aproximadamente a la mitad. Ahora no debemos perder la paciencia.
P. La zona euro es la única región del mundo que sigue en recesión. ¿Dónde está el error?

P.
 ¿Por qué ha querido usted contar con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en la lucha contra la deuda? ¿No habrían podido hacerle frente solos los europeos?R. Cuando en los países en crisis se reduce por necesidad un sector público hinchado, cuando se contrae un desmesurado sector de la construcción, no es de extrañar que de entrada en el país afectado no pueda existir crecimiento. Pero si mira hacia los países bálticos, donde tras duros años de estrecheces y reformas radicales ahora vuelven a estar en una posición mucho mejor y todos experimentan de nuevo crecimiento, llegará a la conclusión de que quienes enfocan sus estructuras hacia la competitividad, también consiguen volver a registrar crecimiento a medio plazo. Tengo la sensación de que los ciudadanos de muchos países saben perfectamente cuáles fueron los errores cometidos en sus países en el pasado. Lamento que a menudo sean precisamente los que no tuvieron nada que ver con esos errores, los jóvenes y los más desfavorecidos, quienes hoy más padecen las consecuencias. Con frecuencia, las personas con capital ya hace tiempo que han salido del país o cuentan con otras posibilidades para protegerse. Los ricos en los países más afectados por la crisis podrían ser muy útiles si se comprometieran más. Es muy lamentable que parte de las élites económicas asuman tan poca responsabilidad por la deplorable situación actual.
R. El FMI tiene más experiencia en el trato con países sobreendeudados que ninguna otra institución del mundo. Su reputación y sus conocimientos nos han beneficiado mucho a los europeos a la hora de negociar los programas de ayuda con los países afectados.
P. Precisamente en las últimas semanas el FMI se está poniendo cada vez más nervioso con respecto a la sostenibilidad de la deuda griega. Los estatutos podrían obligarle a retirarse. En el peor de los casos, ¿quiere esto decir que Europa también ha de asumir un programa de deuda para Grecia sin el FMI?
R. Grecia ha realizado avances gracias a la orientación muy reformista del Gobierno de Samaras. Parto de la base de que la deuda seguirá siendo sostenible.
P. ¿No habrá por tanto una nueva quita de deuda?
R. Yo no la veo.
P. La influencia que ejerce Alemania en estas cuestiones existenciales preocupa a los ciudadanos del sur de Europa. Temen por la continuidad del orden económico al que están acostumbrados. ¿Tiene que aplicarse todo el mundo el remedio alemán?

P.
 Pero que precisamente no son grandes sectores.R. Si un país quiere estructurar su economía de una forma totalmente distinta a la alemana, no hay ningún problema, pues me alegra que de haya diferentes caminos que conduzcan al éxito. Pero no cabe duda de que nadie puede suprimir la necesidad de ser competitivo y de tener que crear y generar la riqueza. Cuando miro hacia Italia, España y Grecia, lo que veo son sectores de éxito muy diversos.
R. El tamaño no es el criterio clave para el éxito. La clave es que todos nos demos cuenta de lo mucho que ha cambiado el mundo. China, la India, Brasil, Corea del Sur y muchos otros países llevan tiempo haciéndonos la competencia en áreas que antes dominábamos nosotros. Debemos reaccionar frente a tal situación y cambiar. La Organización Mundial del Comercio nos dice que actualmente la mayor parte del crecimiento del mundo tiene lugar en parte fuera de nuestro continente. O les ofrecemos a esas partes del mundo productos atractivos e innovadores o tendremos que conformarnos con perder cuota de mercado y, con ella, bienestar, y precisamente eso es lo que no quiero ni para Alemania ni para Europa.
P. En el congreso de su partido celebrado en Leipzig en 2011 usted aún promovía una Europa más integrada. Actualmente lo que se recoge en su programa electoral es muy diferente. ¿Al final qué Europa quiere usted?
R. Como ya he mencionado, a medio plazo en la UE necesitaremos modificar los tratados. Pero ahora tenemos problemas urgentes que abordar con rapidez, con mayor rapidez en cualquier caso de lo que se pueden modificar tratados. En nuestro programa para las elecciones europeas nos ocuparemos más intensamente que ahora de las grandes cuestiones institucionales. En el programa para las elecciones generales hemos definido la base para los siguientes pasos necesarios.
P. Usted ya ha abandonado la idea de la elección directa del presidente de la Comisión.
R. En ese tema yo personalmente soy más escéptica que mi partido, que en 2011 se expresó partidario de la elección directa. Considero que la elección directa del presidente de la Comisión puede generar problemas en el seno de las instituciones europeas.

R.
 Turquía es un socio muy importante y estrecho para nosotros en Europa. Estamos llevando a cabo negociaciones de adhesión con Turquía que constituyen un proceso evolutivo. En vista de lo ocurrido en las últimas semanas, Europa no ha pasado sin más al orden del día, ya que los derechos humanos no son negociables. El compromiso al que se ha llegado, esto es, poder abrir el siguiente capítulo de las negociaciones de adhesión en octubre, una vez que se haya presentado el informe de la Comisión Europea relativo a los progresos realizados por Turquía, corresponde a los dos aspectos.P. En vista de los acontecimientos de las últimas semanas, ¿qué lugar ocupa Turquía en Europa?
Entrevista realizada por Stefan Kornelius (Süddeutsche Zeitung), Kate Connolly(The Guardian), Frédéric Lemaître (Le Monde), Tasos Telloglou (Kathimerini) , Francesca Sforza (La Stampa) y Berna González Harbour (EL PAÍS).

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