Berlusconi y la antipolítica de Grillo abocan a Italia a la ingobernabilidad
Italia no se deja gobernar. Después de 15 meses de Gobierno técnico y de dos meses de campaña electoral, los italianos no se acaban de poner de acuerdo sobre su futuro. El centroizquierda de Pier Luigi Bersani ganó por los pelos en la Cámara de Diputados —y por tanto obtuvo el premio de mayoría que le adjudica el 55% de los 630 escaños—, y tuvo una ajustada victoria en el Senado. Aunque Bersani obtuvo más votos, la complicada ley electoral —que bonifica a los vencedores de cada una de las 20 regiones— situó 13 escaños por delante a la coalición de Silvio Berlusconi y la Liga Norte. Las únicas certezas de la jornada fueron los buenos resultados logrados por el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo y el batacazo electoral, sin paliativos, de Mario Monti (10,5%).
“Hay que volver a las urnas”. A medida que avanzaba la noche cada vez eran más los analistas que, en medio de la impotencia general, advertían que la situación surgida de las urnas es tan endemoniada que solo puede saldarse con otras elecciones. Con la práctica totalidad de los votos escrutados en la Cámara de Diputados, la sorpresa no fue tanto el buen resultado de Beppe Grillo —que con el 25,5% se convirtió en el partido más votado—, quien en las últimas semanas de campaña consiguió arrastrar tras de sí a cientos de miles de ciudadanos descontentos con la política tradicional, sino el respaldo que, dos décadas de escándalos después, sigue cosechando Silvio Berlusconi. Tras poner al país al borde de la quiebra, acosado por los procesos judiciales y dueño de un descrédito personal y político sin parangón fuera de Italia, aún logra que más de una cuarta parte de los electores sigan creyendo en él. O en sus promesas que —y aquí puede estar una de las claves— incluyen la devolución de buena parte de los impuestos cobrados por el Gobierno de Monti en el último año de Gabinete técnico.
Al final, unidos unos datos con otros, se obtiene una palabra: ingobernabilidad. Con el 96% de los votos del Senado escrutados, el ganador en porcentaje de votos era Pier Luigi Bersani, con el 31,6%, seguido de Silvio Berlusconi, con el 30,7%, Beppe Grillo, con el 23,7%, y Mario Monti, con el 9,1%. Sin embargo, la actual ley electoral, apodada “la cerdada” y que los partidos no lograron cambiar durante el Gobierno técnico, otorga más senadores a Berlusconi (110) que a Bersani (97). Teniendo en cuenta que Monti solo obtendría 18 senadores, su posible acuerdo con Bersani no sería suficiente para un gobierno estable. Once regiones votaron por el centroizquierda y siete por el centroderecha. La llave, por tanto, estaría en las manos de Grillo, que dispondrá de 58 senadores, pero aunque en la política italiana nada es descartable, no sería muy lógico que el Movimiento 5 Estrellas, cuyo combustible ha sido la crítica a las malas artes de la casta política, caiga en los mismos juegos a la primera de cambio. De hecho, Beppe Grillo garantizó: “No pactaremos ni con Bersani ni con Berlusconi. Son unos fracasos. Están acabados”.El profesor fue, sin ninguna duda, el gran derrotado. Y su fracaso —la incapacidad de liderar un centroderecha que prefirió quedarse con Berlusconi— repercute directamente en la gobernabilidad del país. En los últimos días, fueron muchas las voces de Europa o de los mercados que rezaban por un gobierno estable de coalición entre Bersani y Monti. Ninguno tuvo los suficientes arrestos electorales ni la capacidad de ilusionar para hacerlo posible. Sucumbieron ante la política del espectáculo. Berlusconi ha basado su campaña en la bufonada continua, sabedor de que ya nadie lo cree decente y por tanto no tiene que parecerlo. Beppe Grillo, por su parte, es un comediante. Su táctica ha consistido en poner el paraguas del revés para recoger todo el cansancio, toda la rabia, toda la impotencia de un país que se sabe rico y no sale de la pobreza.
Así, el panorama sería una Cámara de Diputados de centroizquierda y un Senado que impediría la tramitación de cualquier decisión del Gobierno. Ahora le corresponde al presidente de la República, Giorgio Napolitano, tomar una decisión muy difícil. Según algunos analistas consultados, el presidente podría encargar al líder del centroizquierda que explorara la posibilidad de formar un gobierno con visos de estabilidad. Otra opción sería que Bersani llegara a un acuerdo con Beppe Grillo con el único objetivo de reformar la actual ley de partidos y, entonces sí, volver a convocar elecciones. Hay todavía otras dos más. Aunque nunca se ha hecho, la Constitución permite convocar elecciones solo para el Senado. La cuarta y última posibilidad sería la de convocar nuevas elecciones.
Esta situación absolutamente desquiciante tiene sin embargo un punto de consuelo. Esto es Italia. Y hay décadas de experiencia en vivir políticamente sobre el alambre. La última vez —de nefasto recuerdo para el centroizquierda— fue en 2006, cuando el Gobierno de Romano Prodi solo sobrevivió dos años y gracias a que contó con el apoyo de los senadores vitalicios. La diferencia es que ahora Italia se encuentra bajo la atenta mirada de los mercados, que levantaron el pie sobre su cuello hace 15 meses, como voto de confianza a las reformas emprendidas por Monti, pero que ahora —ante el retorno de Berlusconi o la suprema duda de Grillo— pueden entrar en pánico y contagiar a toda la zona euro. De hecho, en la tarde de ayer, cuando los sondeos a pie de urna indicaban una victoria neta del centroizquierda, la bolsa subió inmediatamente. Horas después, cuando se comprobó que la realidad pintaba en negro, sufrió un claro retroceso.
Unos minutos antes de la una de la madrugada, el delfín de Berlusconi, Angelino Alfano, pidió al Ministerio del Interior que no declarase un vencedor de las elecciones, dado lo ajustado en el número de votos entre el centroderecha y el centroizquierda. Por su parte, Bersani, que ni llegó a comparecer públicamente, se declaró vencedor a través de Twitter y dijo en la web de su partido: “Se abre una situación delicadísima para Italia”. La desolación en el centroizquierda, que no supo involucrar a los jóvenes, era total. Se habían vestido para ir al entierro de Berlusconi y se encontraron con que más de seis millones de italianos siguen queriéndolo vivo y dando guerra.
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