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Draghi marca el territorio al defender la compra de bonos
El presidente del BCE advierte en el Parlamento Europeo que acarreará nuevas condiciones para España
Claudi Pérez
Bruselas
3 SEP 2012 - 21:43 CET6
Mensaje para Berlín: la compra de deuda está justificada —y es
perfectamente legal— por el riesgo de fragmentación de la eurozona. Y
recado para Madrid: el Banco Central Europeo (BCE) no va a mover un dedo
hasta que los países pidan ayuda (en el caso español, un humillante
segundo rescate que supondrá estricta condicionalidad; más recortes).
Mario Draghi, presidente del BCE, utilizó este lunes una esperadísima comparecencia a puerta cerrada en el Parlamento Europeo para marcar territorio en una semana crucial, con la reunión del Consejo de Gobierno de un Eurobanco en el que han salido a la luz marcadas divisiones internas. Draghi es el único hombre del continente que puede aliviar la insoportable presión que se avecina para España e Italia.
Y está decidido a apretar el gatillo, a través de la compra de deuda a plazos de hasta tres años —para asegurarse de que los países ayudados no descuidan sus reformas y recortes— y de nuevas medidas extraordinarias: falta saber el cuándo, el cómo y las cantidades que está dispuesto a poner sobre la mesa. Antes de eso, el BCE exige nuevos sacrificios para contentar a Alemania y a otros países acreedores, recelosos con la posibilidad de acabar rascándose el bolsillo demasiado.
Así, de nuevo con lío, arranca el curso político en Europa tras un agosto relativamente apacible. Vienen curvas: la presión sobre España para que solicite el rescate —por el mínimo dinero posible y con las máximas condiciones posibles— no va a dejar de aumentar en las próximas semanas, según las fuentes consultadas. La situación se parece cada vez más a la de las semanas previas a la petición de rescate en otros países, como Irlanda, Portugal o incluso Grecia: presiones políticas y un BCE que amaga pero no acaba de dar, que también presiona a su manera. Las exigencias de los países acreedores no van a relajarse, con unas peliagudas elecciones en Holanda y la temida decisión del Tribunal Constitucional alemán sobre el mecanismo de rescate en apenas una semana.
En medio de ese fuego cruzado, el riesgo sigue siendo que el euro salte por los aires. Y en manos del BCE, el nexo que une las reclamaciones del Sur con las exigencias del Norte, está la enésima pelota de partido, que llegará más pronto que tarde por las expectativas que levantó el propio Draghi en julio, cuando aseguró aquello de que el BCE hará todo lo necesario (“y créanme, será suficiente”) para salvar el euro.
Llega el momento de demostrarlo. Pero hay varios problemas rondando alrededor del Eurobanco: el vocerío a uno y otro lado de Europa es gasolina para volver a encender la mecha de las primas de riesgo. El presidente Mariano Rajoy ha dado a entender en los últimos días que España no aceptará nuevas condiciones como contrapartida de la compra de bonos: el Gobierno espera que el BCE dé una señal clara esta semana para actuar en consecuencia. Para Draghi, la secuencia es exactamente la contraria: el BCE espera precisamente esa misma clara señal, pero por parte de Madrid, con la petición del segundo rescate, para activarse.
El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, reiteró este lunes la dura posición de Berlín al respecto: “Tiene que quedar claro que la deuda pública no puede ser financiada con política monetaria. No se pueden hacer cosas que no estén bajo el mandato del BCE”. En teoría, eso supone un no a la compra de bonos por parte de Alemania. Pero los analistas explican que esas palabras de Schäuble respaldan la jugada de Draghi, cuyo equipo sostiene que comprar deuda a plazos cortos no supone financiar a los Estados, porque ese corto plazo obliga a los países exigidos a seguir refinanciándose y por lo tanto a continuar aprobando duras reformas. En la práctica, Schäuble alimenta la ya habitual ceremonia de la confusión europea, muy perjudicial para situaciones de alto voltaje como la española.
Todos los ojos están puestos en el BCE y su reunión del jueves. Pese a las críticas del Bundesbank, Draghi sostuvo este lunes en Bruselas que la compra de títulos de deuda a corto plazo para países con problemas es únicamente una ayuda temporal para dar tiempo a que las reformas surtan efecto, explicó uno de los asistentes a la comparecencia, el eurodiputado socialista español Enrique Guerrero. En su discurso, Draghi admitió que la situación en la eurozona sigue siendo crítica e insistió en los grandes desequilibrios entre los Estados miembros y en el riesgo de fragmentación, según la versión del eurodiputado de CiU Ramon Tremosa.
La respuesta definitiva del BCE llegará tan pronto como el jueves. Decepcionará a quienes piensen que va a comprar bonos inmediatamente: las fuentes consultadas aseguran que no va a haber nada de eso hasta que España e Italia lo soliciten formalmente. La presión sobre Madrid es máxima. Para suavizar a los mercados Draghi sí podría empezar por desvelar algunas de las incógnitas de ese programa de compras, así como aprobar otras medidas extraordinarias. Se avecinan semanas intensas: ante la misma comisión del Parlamento que visitó Draghi, el vicepresidente de la Comisión Olli Rehn dio cuenta del riesgo que Europa tiene ante sus narices. “Los europeos no pueden dividirse entre ganadores y perdedores. Si alguien tiene la impresión de que va a salir ganando a costa de otro, el resultado no será políticamente sostenible. Y empieza a haber algún signo preocupante de ese tipo de sensaciones”, dijo.
Mario Draghi, presidente del BCE, utilizó este lunes una esperadísima comparecencia a puerta cerrada en el Parlamento Europeo para marcar territorio en una semana crucial, con la reunión del Consejo de Gobierno de un Eurobanco en el que han salido a la luz marcadas divisiones internas. Draghi es el único hombre del continente que puede aliviar la insoportable presión que se avecina para España e Italia.
Y está decidido a apretar el gatillo, a través de la compra de deuda a plazos de hasta tres años —para asegurarse de que los países ayudados no descuidan sus reformas y recortes— y de nuevas medidas extraordinarias: falta saber el cuándo, el cómo y las cantidades que está dispuesto a poner sobre la mesa. Antes de eso, el BCE exige nuevos sacrificios para contentar a Alemania y a otros países acreedores, recelosos con la posibilidad de acabar rascándose el bolsillo demasiado.
Así, de nuevo con lío, arranca el curso político en Europa tras un agosto relativamente apacible. Vienen curvas: la presión sobre España para que solicite el rescate —por el mínimo dinero posible y con las máximas condiciones posibles— no va a dejar de aumentar en las próximas semanas, según las fuentes consultadas. La situación se parece cada vez más a la de las semanas previas a la petición de rescate en otros países, como Irlanda, Portugal o incluso Grecia: presiones políticas y un BCE que amaga pero no acaba de dar, que también presiona a su manera. Las exigencias de los países acreedores no van a relajarse, con unas peliagudas elecciones en Holanda y la temida decisión del Tribunal Constitucional alemán sobre el mecanismo de rescate en apenas una semana.
En medio de ese fuego cruzado, el riesgo sigue siendo que el euro salte por los aires. Y en manos del BCE, el nexo que une las reclamaciones del Sur con las exigencias del Norte, está la enésima pelota de partido, que llegará más pronto que tarde por las expectativas que levantó el propio Draghi en julio, cuando aseguró aquello de que el BCE hará todo lo necesario (“y créanme, será suficiente”) para salvar el euro.
Llega el momento de demostrarlo. Pero hay varios problemas rondando alrededor del Eurobanco: el vocerío a uno y otro lado de Europa es gasolina para volver a encender la mecha de las primas de riesgo. El presidente Mariano Rajoy ha dado a entender en los últimos días que España no aceptará nuevas condiciones como contrapartida de la compra de bonos: el Gobierno espera que el BCE dé una señal clara esta semana para actuar en consecuencia. Para Draghi, la secuencia es exactamente la contraria: el BCE espera precisamente esa misma clara señal, pero por parte de Madrid, con la petición del segundo rescate, para activarse.
El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, reiteró este lunes la dura posición de Berlín al respecto: “Tiene que quedar claro que la deuda pública no puede ser financiada con política monetaria. No se pueden hacer cosas que no estén bajo el mandato del BCE”. En teoría, eso supone un no a la compra de bonos por parte de Alemania. Pero los analistas explican que esas palabras de Schäuble respaldan la jugada de Draghi, cuyo equipo sostiene que comprar deuda a plazos cortos no supone financiar a los Estados, porque ese corto plazo obliga a los países exigidos a seguir refinanciándose y por lo tanto a continuar aprobando duras reformas. En la práctica, Schäuble alimenta la ya habitual ceremonia de la confusión europea, muy perjudicial para situaciones de alto voltaje como la española.
Todos los ojos están puestos en el BCE y su reunión del jueves. Pese a las críticas del Bundesbank, Draghi sostuvo este lunes en Bruselas que la compra de títulos de deuda a corto plazo para países con problemas es únicamente una ayuda temporal para dar tiempo a que las reformas surtan efecto, explicó uno de los asistentes a la comparecencia, el eurodiputado socialista español Enrique Guerrero. En su discurso, Draghi admitió que la situación en la eurozona sigue siendo crítica e insistió en los grandes desequilibrios entre los Estados miembros y en el riesgo de fragmentación, según la versión del eurodiputado de CiU Ramon Tremosa.
La respuesta definitiva del BCE llegará tan pronto como el jueves. Decepcionará a quienes piensen que va a comprar bonos inmediatamente: las fuentes consultadas aseguran que no va a haber nada de eso hasta que España e Italia lo soliciten formalmente. La presión sobre Madrid es máxima. Para suavizar a los mercados Draghi sí podría empezar por desvelar algunas de las incógnitas de ese programa de compras, así como aprobar otras medidas extraordinarias. Se avecinan semanas intensas: ante la misma comisión del Parlamento que visitó Draghi, el vicepresidente de la Comisión Olli Rehn dio cuenta del riesgo que Europa tiene ante sus narices. “Los europeos no pueden dividirse entre ganadores y perdedores. Si alguien tiene la impresión de que va a salir ganando a costa de otro, el resultado no será políticamente sostenible. Y empieza a haber algún signo preocupante de ese tipo de sensaciones”, dijo.
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